En 1983, Derek Ridgers era uno de los fotógrafos británicos del momento. Se había dado a conocer documentando la escena underground de Londres con sus dos primeras exposiciones: en 1978 presentó sus conocidos retratos del punk, obtenidos en las veladas salvajes del Roxy y el Hammersmith Palais, y en 1980 la primera cosecha de su inmersión durante cinco años en el mundo de los skinheads. Acababa de dejar su trabajo como director de arte en publicidad para dedicarse en exclusiva a la fotografía. Ese verano viajó con su mujer y sus hijos a Ibiza
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