El día 2 de diciembre desperté y, por primera vez en 70 días, me levanté. O al menos lo intenté. Las enfermeras me trasladaron a una cama de hospital que pusieron en posición vertical. En el brazo y en un dedo llevaba aparatos para medir la presión sanguínea y una máquina de ultrasonidos apuntaba directa a mi corazón. Luego, con el tono de quien está dando ánimos a un bebé que aprende a andar, me exhortaron a que permaneciera de pie durante 15 minutos.
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