La bola de cristal, el programa dirigido por Lolo Rico entre 1984 y 1988, fue un espacio ingenioso pero chapucero, valiente pero trufado de improvisaciones, fresco y renovador pero desordenado y técnicamente imperfecto. Todos estos defectos forman parte de su encanto, sin duda, pero si sus virtudes lo han convertido, treinta años después, en un mito que toda una generación recuerda con nostalgia es porque lo que vino después agiganta sus luces.
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