Cuando Dylan se enteró de que para cobrar la pasta del premio Nobel (923.000 dólares) tenía que entregar un discurso de aceptación y que ya casi se le acababa el plazo, hizo lo que todos los escritores han hecho alguna vez, con el Nobel y sin el Nobel: escribir cualquier cosa deprisa y corriendo con tal de llegar a tiempo y pasar por caja.
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