El artista se llevaba bien con el aparato comunista aunque tuvo la necia malaventura de intentar regalar a Stalin una escultura titulada Muerte del líder. Envió un boceto del monumento al dictador y, claro, cayó en desgracia. Se salvó del gulag por los servicios prestados: no en vano es el artista del cuerpo estatuario más protéico del régimen: una figura de Lenin de 49 metros de altura, por ejemplo.
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