Desde muy pequeño en mi casa estuve escuchando toda clase de música clásica, pero mi oído infantil se encariñaba con algunas piezas particulares que exigía que me las pusieran varias veces hasta que me las sabía prácticamente de memoria. Entre esas piezas estaba Pedro y el Lobo de Prokofiev, El carnaval de los animales de Saint Saens, la Guía a la música para los jóvenes de Benjamín Britten, la Pequeña serenata nocturna de Mozart, la Sinfonía los juguetes de Haydn y muchas otras que ya no recuerdo.
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