El hombre sólo es rico en hipocresía. En sus diez mil disfraces para engañar confía; y con la doble llave que guarda su mansión para la ajena hace ganzúa de ladrón.
En verdad, era difícil saber si se trataba de una victoria. Únicamente estaba uno obligado a comprobar que la enfermedad parecía irse por donde había venido. La estrategia que se le había opuesto no había cambiado: ayer ineficaz, hoy aparentemente afortunada. Se tenía la impresión de que la enfermedad se había agotado por sí misma o de que acaso había alcanzado todos sus objetivos. Fuese lo que fuese, su papel había terminado.
La peste. Albert Camus.
"Los únicos lobos a los que debemos temer son aquellos que llevan piel humana puesta".
Atribuida a George R. R. Martin
Fuente
Un poco antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios maestros y ángeles para esconder un secreto.
Uno de ellos dijo: «Debemos esconder algo, pero, ¿qué les escondemos?».
Después de mucho pensar uno dijo: «¡Ya sé!, vamos a esconderles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar».
Propuso el primero: «Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo», a lo que inmediatamente repuso otro: «no, recuerda que tienen fuerza, y alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está».
Luego propuso otro: «Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar», y otro contestó: «No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará».
Uno más dijo: «Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra». Y le dijeron: «No, recuerda que les dimos inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad».
El último de ellos era un ángel que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellos y entonces dijo: «Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren».
Todos quedaron asombrados y preguntaron al unísono: «¿Dónde?».
El ángel respondió: «La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán».
Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad fuera sin saber que la trae consigo.
Autor desconocido (al menos por el menda)
“Las personas fueron creadas para ser amadas. Las cosas fueron creadas para ser usadas.
La razón por la que el mundo está en caos, es porque las cosas están siendo amadas y las personas están siendo usadas.”
John Green, “Buscando a Alaska” (2005)
Las vanas pretensiones caen al suelo como las flores. Lo falso no dura mucho.
"¿Y quién te ha dicho que quiero que conduzcas por mí?"
"Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás"
"(...) sólo en un estado de paz será posible que los vendedores distribuyan las mercancías entre los compradores y que las mercancías lleguen regularmente al mercado por caminos sin fronteras, sin asaltos, en paz y libertad. Pero las plazas de los mercados y los caminos tranquilos sólo se mantienen en paz cuando la circulación de mercancías se mantiene en equilibrio. Y por ello hace falta, ante todo, el Estado. Por ello, decir que el comercio genera la paz es una simple petición de principio, porque la paz está ya implicada en el mismo mercado, cuando este proceso está en marcha. Pero, ¿cómo ponerlo en marcha? ¿Acaso no hubo previamente una guerra que había despejado el campo de malhechores y de competidores? Y lo más importante, ¿cómo mantenerlo en marcha?, ¿acaso los mismos flujos comerciales, cada vez más abundantes, no rompieron de vez en cuando el equilibrio dinámico de la corriente de circulación, dando lugar a colapsos o a turbulencias? (...)
La diferencia entre un Estado liberal y un Estado socialista no es una diferencia entre economía libre y economía intervenida; más bien es una diferencia entre “economías intervenidas”, según determinadas proporciones… la diferencia entre una economía liberal y una economía con planificación central, tipo soviético, no será tanto una diferencia económica cuanto una diferencia política… La apariencia de una economía libre que funciona entregada a las leyes puras del mercado es una ilusión derivada de que esa economía, en el marco de la economía política, se comporta como si estuviera sometida a leyes naturales (...)
Si el Estado liberal propugna un intervencionismo mínimo y una privatización máxima en materia económica, cultural, etc. no es porque carezca de una perspectiva globalizadora, sino porque la burguesía dominante, dueña del control económico, y con sindicatos débiles, no necesita que nadie, fuera de ella misma, intervenga en sus planes y programas. Pero cuando ese Estado de equilibrio se rompe por motivos internos o por una coyuntura internacional, entonces es el mismo “Estado burgués” el que pedirá la intervención “totalitaria”(...)"
Gustavo Bueno, "La Vuelta a la Caverna", 2004
Ya lo decía Donés durante la emisión del documental de Évole.
«Estoy enfadado con el cáncer porque no me quiero ir, ahora no me viene bien irme. Preferiría vivir un poquito más, la verdad, pero es lo que hay y estoy bien conmigo mismo, en paz y tranquilo».
En 65 minutos Donés dejó grandes reflexiones, muy obvias algunas sí, pero infinitamente necesarias.
Antes de morir dejó escritos sus particulares 20 mandamientos para ser feliz:
1. Que sepamos vivir el presente.
2. Que no perdamos el tiempo pensando en el futuro.
3. Que dejemos de creer en la suerte y creamos en nosotros mismos.
4. Que dejemos de hacer montañas de granitos de arena.
5. Que la tristeza nos dé ganas de reír. Que nos riamos mucho.
6. Que cantemos en la ducha, en los bares, en las bodas, en las cenas con los amigos o donde nos apetezca cuando nos venga en gana.
7. Que aprendamos a decirnos «te quiero» sin que nos dé vergüenza.
8. Que nos besemos, nos toquemos y nos achuchemos mucho.
9. Que nos escuchemos tanto como sepamos compartirnos en silencio.
10. Que nos queramos, a los demás y sobre todo a nosotros mismos.
11. Que nos peleemos lo menos posible. Estar enfadado es una gran y estúpida pérdida de tiempo. ¡A la mierda el ego y el orgullo!
12. Que nos dejemos de rollos, de chorradas, de hacer ver lo que no somos, que eso no sirve pa' ná.
13. Que le perdamos el miedo a la muerte, pero también le perdamos el miedo a vivir.
14. Que decidamos por nosotros mismos. Que nunca dejemos que los demás decidan por nosotros.
15. Que cuando la vida nos cierre una ventana sea cuando más abramos las alas para romper el cristal y salir volando.
16. Que las cosas nos lleven adonde sea, pero que nos vayan bien.
17. Que los cerebros de zafios, hipócritas, memos, mamelucos, corruptos, pesaos, estúpidos, tocapelotas, mentirosos, gilipollas... se reprogramen y entiendan que en la vida no hace falta ser así, que la vida va de otra cosa.
18. Que a las penas, puñaladas y al mal tiempo, buena cara. O mala, que tampoco pasa nada.
19. Que la vida sea siempre un sueño.
20. Y, en fin, que a la vida le demos calidad, porque belleza sobra.
Lección impartida. Pronto aprendida.
Gracias.
"El arquero no vino al mundo con arco."
Proverbio ashanti. (Grupo étnico del centro de Ghana, África.)
“Hay épocas y lugares en los que no ser nadie es más honorable que ser alguien.”
Carlos Ruiz Zafón, “El prisionero del cielo” (2011)
Aun cuando alguien tiene muchos amigos, suele haber entre ellos unos pocos a los que se quiere todavía más que a los demás. También en el caso de Momo era así.
Tenía dos grandes amigos que iban a verla cada día y que compartían con ella todo lo que tenían. Uno era joven y otro viejo.
Momo no habría sabido decir a quién de los dos quería más.
El viejo se llamaba Beppo Barrendero. Seguro que en realidad tendría otro apellido, pero como era barrendero de profesión y todos le llamaban así, él también decía que ése era su nombre.
Beppo Barrendero vivía en una choza que él mismo se había construido, cerca del anfiteatro, a base de ladrillos, latas y cartón embreado. Era extraordinariamente bajo e iba siempre un poco encorvado, por lo que apenas sobrepasaba a Momo. Siempre llevaba su gran cabeza, sobre la que se erguía un mechón de pelos canosos, un poco torcida, y sobre la nariz llevaba unas pequeñas gafas.
Algunos opinaban que a Beppo Barrendero le faltaba algún tornillo. Lo decían porque ante las preguntas se limitaba a sonreír amablemente y no contestaba. Pensaba. Y cuando creía que una respuesta era innecesaria, se callaba. Pero cuando la creía necesaria, pensaba sobre ella. A veces tardaba dos horas en contestar, pero otras tardaba todo un día. Mientras tanto, el otro, claro está, había olvidado qué había preguntado, por lo que la respuesta de Beppo le sorprendía.
Solo Momo sabía esperar tanto y entendía lo que decía. Sabía que se tomaba tanto tiempo para no decir nunca nada que no fuera verdad. Pues en su opinión, todas las desgracias del mundo nacían de las muchas mentiras, las dichas a propósito, pero también las involuntarias, causadas por la prisa o la imprecisión.
Cada mañana iba, antes del amanecer, en su vieja y chirriante bicicleta, hacia el centro de la ciudad, a un gran edificio. Allí esperaba, con sus compañeros, en un patio, hasta que le daban una escoba y le señalaban una calle que tenía que barrer.
A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.
Cuando barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso-inspiración-barrida. Paso-inspiración-barrida. De vez en cuando, se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después proseguía paso-inspiración-barrida.
Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí y la limpia detrás, se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, cuando se sentaba con momo, le explicaba sus pensamientos. Y como ella le escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y hallaba las palabras adecuadas.
-Ves, Momo le decía, por ejemplo-, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.
Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:
-Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.
Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:
-Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.
Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir:
-Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.
Después de una nueva y larga interrupción, siguió:
-De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento.
Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:
-Eso es importante.
"Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer. El bueno lo he intentado andar y no me ha ido bien. Juro que ha sido así. De pequeño hice todo lo que consideré correcto y lo que está bendita New Orleáns, con sus acordes de ébano y sus insoportables chaquetas a rayas me inducía a hacer. Estudié profundamente y traté de trasladar mis conocimientos con pasión. Los estudiantes saben eso. También escribí encerrado en un pequeño mundo cuarto juntando frases, frustrándome ante las huidizas buenas palabras y las no menos resbaladizas imágenes, comparaciones, situaciones, personajes, diálogos. Asumí estar en ese camino porque es ese el modo como se consiguen los sueños. Al menos eso creía hasta un día, cuando tenía todo acabado y faltaba la confirmación de que había decidido bien, no hubo recompensa. No hubo zanahoria, Ahí me di cuenta de que ya estaba caminando, lejos de mi voluntad, por la otra senda. Esa que no es la buena ni la mala. Porque está claro que la buena es buena porque es una opción propia. La mala es mala porque también es tu opción. Pero la otra no es algo que hayas escogido, por lo cual no pueden decir que es ciertamente buena o ciertamente mala. Es ciertamente ajena, impropia. Por ese camino involuntario caminé, llevado de las narices, arrastrado como un palo sin poder animarme. Tuve que resignarme a ser como ellos me ordenaban, a aceptar sus juicios y sus rechazos. A comprobar una vez más que no todos pueden ver más allá de su aliento. A ser víctima de un sistema que hace de gente como yo infelices zombies o incomprendidos. Y hay que tener el espíritu muy bien templado, tal vez como acero damasquino o más, para afrontar semejante fuerza. "
John Kennedy Toole
"El sexo es como el mus: si no tienes buena pareja… más te vale tener una buena mano."
Hace ya mucho, mucho tiempo… en un reino muy, muy lejano…
Había un rey cuyo poder y riqueza eran tan enormes como profunda era la tristeza que cada día le acompañaba.
Lo tenía todo y aun así no conseguía ser feliz, siempre sentía que le faltaba algo.
Un día, harto de tanto sufrimiento, anunció que entregaría la mitad de su reino a quien consiguiera devolverle la felicidad.
Tras el anuncio, todos los consejeros de la corte comenzaron a buscar una cura. Trajeron a los sabios más prestigiosos, a los magos más famosos, a los mejores curanderos… incluso buscaron a los más divertidos bufones, pero todo fue inútil, nadie sabía cómo hacer feliz a un rey que lo tenía todo.
Cuando, tras muchas semanas, ya todos se habían dado por vencidos, apareció por palacio un viejo sabio que aseguró tener la respuesta:
«Si hay en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Solo tenéis que encontrar a alguien que, en su día a día, se sienta satisfecho con lo que tiene, que muestre siempre una sonrisa sincera en su rostro, que no tenga envidia por las pertenencias de los demás… Y cuando lo halléis, pedidle sus zapatos y traedlos a palacio. Una vez aquí, su majestad deberá caminar un día entero con esos zapatos. Os aseguro que a la mañana siguiente se habrá curado».
El rey dio su aprobación y todos los consejeros comenzaron la búsqueda.
Pero algo que en un principio parecía fácil, resultó no serlo tanto, pues el hombre que era rico, estaba enfermo; el que tenía buena salud, era pobre; el que tenía dinero y a la vez estaba sano, se quejaba de su pareja, o de sus hijos, o del trabajo…
Finalmente se dieron cuenta de que a todos les faltaba algo para ser totalmente felices.
Tras muchos días de búsqueda, llegó un mensajero a palacio para anunciar que, por fin, habían encontrado a un hombre feliz.
Se trataba de un humilde campesino que vivía en una de las zonas más pobres y alejadas.
El rey, al conocer la noticia, mandó buscar los zapatos de aquel afortunado. Les dijo que a cambio le dieran cualquier cosa que pidiera.
Los mensajeros iniciaron un largo viaje y, tras varias semanas, se presentaron de nuevo ante el monarca.
—Bien, decidme, ¿lo habéis conseguido? ¿Habéis localizado al campesino?
—Majestad, tenemos una noticia buena y una mala. La buena es que hemos encontrado al hombre y en verdad que es feliz. Le estuvimos observando y vimos la ilusión en su mirada en cada momento del día. Hablamos con él y nos recibió con una amplia sonrisa y con la alegría reflejada en sus ojos…
—¿Y la mala? —preguntó el rey impaciente.
—Que no tenía zapatos.
Cuento recogido en “Cuentos para entender el mundo”, de Eloy Moreno
"En fin, tal vez no existían soluciones. La sociedad humana, aseguraban, era una especie de monstruo, y sus principales subproductos eran los cadáveres y los escombros. Nunca aprendía, siempre repetía los mismos errores estúpidos, siempre escogía los beneficios inmediatos a costa de un sufrimiento a largo plazo."
Margaret Atwood - Oryx y Crake (2003)
“Cuenta la leyenda, que, en un monasterio budista ubicado en una ladera casi inaccesible de las frías y escarpadas montañas del Himalaya, un buen día uno de los monjes guardianes más ancianos falleció.
Le hicieron los rituales tibetanos propios para esas ocasiones, llenas de profundo respeto y misticismo.
Sin embargo, era preciso que algún otro monje asumiera las funciones del puesto vacante del guardián. Debía encontrarse el monje adecuado para llevarlas a cabo.
El Gran Maestro convocó a todos los discípulos del monasterio para determinar quién ocuparía el honroso puesto de guardián.
El Maestro, con mucha tranquilidad y calma, colocó una magnifica mesita en el centro de la enorme sala en la que estaban reunidos y encima de esta, colocó un exquisito jarrón de porcelana, y en él, una rosa amarilla de extraordinaria belleza y dijo:
―He aquí el problema. Asumirá el puesto de Honorable Guardián de nuestro monasterio el primer monje que lo resuelva.
Todos quedaron asombrados mirando aquella escena: Un jarrón de gran valor y belleza, con una maravillosa flor en el centro.
Los monjes se quedaron como petrificados en el más respetuoso silencio, hundidos en sus interrogantes internas…
¿Qué representaría ese bello jarrón con flores? ¿Qué hacer con él? ¿Cuál podría ser el enigma encerrado de tan delicada belleza? ¿Simbolizaría acaso las tentaciones del mundo? ¿Podría ser algo tan simple como que necesitara agua la flor?
Eran tantas preguntas…
En un momento determinado, uno de los discípulos sacó una espada, miró al Gran Maestro y a todos sus compañeros, se dirigió al centro de la sala y … ¡zas! Destruyó todo de un solo golpe.
Tan pronto el discípulo retornó a su lugar, el Gran Maestro dijo:
―Alguien se ha atrevido no solo a dar solución al problema, sino a eliminarlo. Honremos a nuestro Guardián del Monasterio."
"A cada día le bastan sus temores, y no hay por qué anticipar los de mañana".
Charles Péguy
Imagina a una pareja paseando por la playa con un perro. Ellos charlan y el perro corre por ahí. Luego atan al perro a un árbol y se pasan la tarde haciendo el amor, mientras el perro, atado, los mira y ladra de vez en cuando.
Pues tú eres el perro.
Dinero. Martin Amis.
“Había una vez un lobo que vio a un cordero en la orilla de un río y quiso comérselo ofreciendo un pretexto simple pero verosímil. A pesar de estar río arriba, le acusó de no dejarle beber al revolver el agua. El cordero contestó que al estar el lobo río arriba y el más abajo, no era posible que así fuera.
Al ver el fracaso, el lobo acusó al cordero de haber insultado a sus padres el año anterior, a lo que el cordero contestó que hacía un año el aún no había nacido. El lobo dijo entonces que, aunque el cordero se justificaba muy bien, no le dejaría ir y no iba a dejar de comérselo".
A menudo, aquellos que quieren provocarnos daño, no se van a detener independientemente de nuestros argumentos o de que sea o no justo.
Fábula de Esopo
“La Constitución establece que la soberanía reside en el pueblo, en todos los individuos del pueblo. Cada individuo tiene, pues, el derecho de contribuir a la ley por la cual él está obligado, y a la administración de la cosa pública, que es suya. Si no, no es verdad que los hombres son iguales en derechos, que todo hombre es ciudadano”
(Maximilian Robespierre, Discurso del 22 de octubre de 1789 en la Asamblea Constituyente)
“Entiendo por privilegiado a toda persona que se sale del derecho común, sea porque pretende no hallarse sometido en todo a la ley común, sea porque pretende derechos exclusivos. Hemos probado suficientemente en otro lugar que todo privilegio resulta injusto por naturaleza, odioso y contrario al pacto social. En suma, una clase privilegiada es a la nación lo que las ventajas particulares son con respecto al ciudadano y, del mismo modo que éstas, no resulta en modo alguno. Nunca se recalcará esto suficientemente: una clase privilegiada es con respecto a la nación, lo que las ventajas particulares perjudiciales son con respecto al ciudadano, por lo que el deber del legislador será suprimirlas”
(Emmanuel J. Sieyés, El tercer estado y otros escritos de 1789).
Sí, las negritas son mías, para los despistados.
Yo soy guerrero para que mi hijo pueda ser granjero. Para que mi nieto pueda ser abogado. Para que mi bisnieto pueda ser poeta.
Cita atribuida a Thomas Jefferson durante la Guerra de Independencia.
"La palabra dentro de ti es tu esclava, fuera de ti, tu dueña."
“Si murmurar la verdad aún puede ser la justicia de los débiles, la calumnia no puede ser otra cosa que la venganza de los cobardes.”
Jacinto Benavente, “La ciudad alegre y confiada” (obra de teatro, 1916)
Un zorro y un camello se hacen amigos y deciden cruzar un río para comer los alimentos disponibles en la otra orilla. Para ello, el zorro se sube a la espalda del camello, y este cruza aprovechando su peso para resistir la corriente.
Una vez que llegan a la otra orilla, ambos animales se separan y el camello va a comer a un campo de cebada, mientras que el zorro va a comer insectos.
Pero el zorro termina de comer antes, y satisfecho por sentirse saciado, empieza a cantar a viva voz. Estos gritos llaman la atención de los campesinos que cuidan el campo de cebada, los cuales van a examinar la zona y se encuentran al camello.
Cuando el zorro va en busca de su amigo, se lo encuentra tendido en el suelo, dolorido por la paliza que le acaban de dar los campesinos.
"¿Por qué has hecho tanto ruido?", pregunta el camello.
El zorro le responde que tiene la costumbre de cantar tras comer insectos.
"Ya veo. Pues si eso es todo, volvamos".
Al cruzar el río de vuelta, el camello empieza a bailar con medio cuerpo sumergido en el agua.
"¿Qué haces? ¡No sé nadar!" dice el zorro, aterrado.
"Es que tengo la costumbre de bailar tras comer cebada", responde el camello, mientras el zorro cae al agua y es arrastrado por la corriente.
Leyenda africana
menéame