La motivación histórica de los grandes aceleradores de partículas creados en el siglo XX se centró inicialmente en el ámbito de la ciencia básica, pero hoy sus aplicaciones se han extendido para mejorar la vida cotidiana de la humanidad. Estas incluyen aspectos tan variados como la preservación de los alimentos, la potabilización del agua, la fabricación de semiconductores, la creación de biomoléculas, la construcción de nuevos materiales poliméricos y, sobre todo, la medicina y la farmacología.