A diferencia de las dimensiones físicas en las que nos movemos, el tiempo no puede ser visto ni tocado, pero su presencia es constante. Estructura cada aspecto de nuestras vidas.
¿Cómo, entonces, llegamos los seres humanos a entender y comunicar con tan poco esfuerzo un elemento tan difuso? Una clave para descifrar este misterio reside en la manera en que utilizamos nuestro entendimiento del espacio –una dimensión con la que interactuamos de manera tangible– para conceptualizar el tiempo.
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