Recuerdo cuando aparecimos en la zona noble de la empresa, con sus puertas de caoba, para presentar ante los directivos el resultado de nuestras investigaciones: un polo que mezclaba cola, fresa y vainilla. Y que, además, te pintaba la lengua de rojo. Esto era un desafío a la cultura heladera de la época. Para que os hagáis una idea, durante mi infancia, mi padre solo nos compraba cortes de helado, de los que se ponen entre dos galletas. Ya existían los polos, pero, por alguna razón que no sabría explicar, no le hacían gracia y nunca los compraba.