Cristina de Borbón estaba allí. Era cómplice y coartada, escudo y arma de su marido, Iñaki Urdangarin. Sin ella no habría habido negocio, con ella se gastó el botín. La infanta Cristina firmaba las cuentas, contrataba al servicio del palacete de Pedralbes a cargo de Aizón y pasaba como gastos de la empresa hasta las facturas del cumpleaños del niño. "Consintió, participó y se benefició de los delitos de Nóos", según el segundo auto de imputación firmado por el valiente juez Castro. La justicia será ciega. Los ciudadanos no lo son.