La escena ha cambiado bastante desde que asistí a mis primeros grandes festivales a mediados de los 90. La mayoría eran iniciativas de gente que adoraba la música, de colectivos de pueblo, pequeñas empresas de management o sellos discográficos que intentaban sacar adelante eventos para promocionar a sus artistas o para traer a estrellas internacionales que pocas veces pasaban por aquí.
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