No se entiende la figura política de José María Aznar sin la gestión atribulada de sus traumas y complejos. Un hombre de talla exigua, enjuto, sin atractivo físico, con un labio indescifrable que resultaba analogía del carácter del labiado y que escondía, al igual que su emoción, bajo una frondosa y oscura mata de pelo. Llegó a la vida política nacional por descarte, en el año 1989 y tutelado por Manuel Fraga como único candidato posible a unas elecciones generales que se daban por perdidas. Nadie confiaba en aquel hombre gris .
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