Los ladridos eran la banda sonora habitual que manaba más allá de los muros de la mansión de Angela. Ella, una millonaria estadounidense afincada en las colinas de Torremolinos (Málaga), tenía una debilidad, un amor que le brotaba a borbotones, sin mesura: sus perros. No era uno, ni dos, ni tres. Llegó a tener 125 canes de manera simultánea. La mayoría de ellos, de raza cocker. Incluso montó una asociación en su defensa: La Pacaraima.
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