Eché a andar por el bosque de avellanos
porque sentía un fuego en la cabeza,
y corté y descortecé una rama
y le até una baya con un hilo;
y cuando echaron a volar mariposas blancas
y se alejaron como estrellas titilantes,
la dejé caer en un arroyo
y pesqué una pequeña trucha plateada.
Tras haberla dejado en el suelo
fui a avivar con mi aliento la llama,
pero algo crujió en el suelo
mientras alguien pronunciaba mi nombre.
Se había convertido en una joven resplandeciente,
y con flores de manzano en el cabello,
que me llamó por mi nombre y echó a correr
perdiéndose en el aire destellante.
Aunque envejezca en mis vagabundeos
por hondonadas y colinas,
alguna vez volveré a encontrarla,
y tomándola de las manos, la besaré en los labios,
y caminaremos entre largas hierbas multicolores,
y cosecharé hasta el final del tiempo
las plateadas manzanas de la Luna
y las manzanas doradas del Sol.
La noche ha caido
Suena la lluvia
Brilla la chimenea
Fue una noche de lunes
de oscuridad sin luna,
y ni un sólo reproche
de tu boca oportuna.
El azahar olía a odio,
el magnolio a tristeza,
las azaleas penaban solas.
Las rejas de tu ventana
cárcel de sombras en la calle.
Pasé de largo,
tan de largo
que olvidé quién vivía allí.
Fue un lunes de noche,
de oscuridad sin luna
y sombras de olvido.
(ContinuumST. Mayo 2012.)
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardíacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y de la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
Mario Benedetti
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
con un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late y no lo sientes...
¡Qué plenitud de soledad, mar solo!
Juan Ramón Jiménez
Un corazón perdido
en un camino nuevo
donde nadie sabe dónde ir
porque camino es sendero.
Un sendero que puede llevar
a ninguna parte.
A ninguna parte.
Miedo.
Corazón.
Qué miedo nos trae vivir
cuando la vida es tan corta.
Mira esos aviones,
escucha ese sonido,
esconde tu cuerpo,
tu corazón.
Guerra.
Qué miedo.
Amar no significa nada
cuando tu vida se rompe
en pedazos. Guerra.
Y ya no hay nada que sentir.
Mi corazón late un poco,
todavía.
Ahora menos.
Y ahora nada.
Guerra.
Muerte.
Un corazón perdido.
(ContinuumST. 2010.)
Yo nunca seré de piedra.
Gritaré cuando haga falta.
Reiré cuando haga falta.
Cantaré cuando haga falta.
Rafael Alberti.
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.
Mario Benedetti
...
Hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?
Charles Bukowski
Hace unos minutos
que ha recibido la llamada,
y desde entonces no ha soltado el pañuelo.
Qué tristes
son las lágrimas de un viejo,
te desarman,
te dejan sin opción.
Solo puedes imaginarte lo peor.
Karmelo C. Iribarren
Nunca lo he visto antes,
pero conozco a ese hombre.
Si me acercase,
distinguiría en sus ojos
ese brillo gastado,
como sin vida,
que tanto me recuerda, por cierto,
a los oficinistas de mi infancia.
Pronto se llevará la cerveza a los labios,
le dará un sorbo,
y volverá a dejarla
suavemente sobre la barra.
Sin prisa. No la hay. No le hace falta.
Nada nuevo va a ocurrir
y lo sabe.
Se encuentra más allá de la esperanza,
en su perpetuo atardecer.
Conozco a ese hombre, sí,
y me da miedo.
A veces, de madrugada,
poco antes de acostarme,
me mira desde el espejo.
Karmelo C. Iribarren
Cosas de la edad, supongo:
te da por mirar atrás,
hacia tu vida,
y ves que no ha sido,
en el fondo,
más que un puñetero fraude.
Y después
—para joderlo del todo–,
no se te ocurre otra cosa
que mirar hacia adelante.
Karmelo C. Iribarren
Todavía tengo casi todos mis dientes
casi todos mis cabellos y poquísimas canas
puedo hacer y deshacer el amor
trepar una escalera de dos en dos
y correr cuarenta metros detrás del ómnibus
o sea que no debería sentirme viejo
pero el grave problema es que antes
no me fijaba en estos detalles.
Vencido, una vez más.
Por el amor,
el odio, o por la vida
que no hace concesiones ni da treguas.
Aquí,
en la esquina de un siglo
tan inútil como lo fueron todos.
Y también tan sanguinario.
Fumando un cigarrillo.
Indiferente.
Viendo como la gente se destroza,
y sin sentir nada especial.
Karmelo C. Iribarren
No sé si soy feliz,
si verdaderamente
lo he sido alguna vez;
aunque creo que no.
Y a ti te ocurre otro tanto,
me consta.
Pero no es esto lo peor.
Lo peor del caso,
lo más triste,
es que ya
ni siquiera nos importa.
Karmelo C. Iribarren
Hay muchas formas de despedirse,
dando la mano,
dando la espalda,
nombrando fechas,
con voz de olvido,
pensando en nunca,
moviendo un ramo ya deshojado.
Por suerte a veces queda un abrazo,
dos utopías,
medio consuelo,
una confianza que sobrevive y entonces triste,
el adiós dice que ojalá vuelvas…
…
Este adiós que te guardo
está madurando con los días
Exprimo nuestra vivencia
y no la dejo quedarse
en el pasado
No puedo avanzar contigo
porque te deseo a cada instante
y desear lo que no se puede tener
es como escribir
sin que nadie te lea
Eso seguro que lo entiendes
Te quiero pero no deseo luchar
contra el destino
Disfrutaré de vez en cuando
de tu recuerdo
que seguirá alterándome.
Mario Benedetti
No es el de la niñez,
aquellas mañanas de diciembre,
a lo largo del río,
hacia el colegio,
ni se trata tampoco de aquel otro
que te sorprendería,
años después,
más de una madrugada
dando tumbos.
No,
este es distinto,
este da miedo:
viene del futuro.
Karmelo C. Iribarren
Tienes veinte años,
tienes a la vida
por el cuello,
a tu merced;
pero no es suficiente,
quieres más.
Conozco esa sensación.
Y te deseo mucha suerte,
la vas a necesitar.
Karmelo C. Iribarren
En este asunto del amor, que a veces,
uno quisiera
que no acabara nunca de empezar,
parece que alguien dice:
“¿Dios es eternamente joven?”
Es tanta la alegría, que uno ignora
catástrofes y duelos.
Usted dice que sí a toda
la enorme y tan humana tontería.
Sólo hay un pensamiento,
sólo una idea sola
que es multitud, y uno quisiera
leerlo todo con los ojos cerrados
y no tener noticias de uno mismo,
ni recuerdos de nada ni de nadie;
un ágape de luces
a través de las horas inmortales.
Yo había puesto
encima de mi pecho,
un pequeño letrero que decía:
“Cerrado por demolición”.
Y aquí me tiene usted pintando las paredes,
abriendo las ventanas,
adornando la mesa con la flor amarilla
con que paga el otoño sus encantos.
Nadie te dijo, amor, que yo existía.
El amor es silvestre,
uno lo encuentra en todas partes;
en los días sin cielo,
en las tierras sin flores,
lo mismo en la mañana que en la tarde.
Autor: Carlos Pellicer
Decía Rostropovich
que uno antes de tocar las Suites de Bach
debía pedir perdón.
Lo que hago es parecido cada vez
que deseo tocarte y tú me dejas:
pido perdón por todos los poemas
que escribí describiendo este momento.
Si te pienso, otro tiempo
dormido se ilumina
en los rincones de noviembre.
«Mirad, pasan los días
igual que perros tristes»,
nos dijo aquella noche
de la que no regresaría
nunca más. Tantas veces
la vimos sonreír, vestirse
con la prisa de su deseo,
abrirnos el regalo de su inteligencia
o hablarle al mar, el disfrazado,
el siempre disfrazado.
Solía irse muy lejos
al despuntar el mes
en que la savia se envanece
pulsando las raíces,
delicado furor,
delgada voz del crecimiento.
Cerca, junto al camino,
por encima de un cúmulo
de ramas y hojas secas
han pasado unos niños
que persiguen a su madre
en un juego perenne.
Debajo está mi corazón.
Gente exhausta,
con la vista clavada
en el suelo,
preguntándose por la vida,
la de verdad...
porque no puede ser
que sea solo eso...
Karmelo C. Iribarren
Preciso tiempo, necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra
o ya no saben qué hacer con él.
Tiempo,
en blanco, en rojo,
en verde.
Hasta en castaño oscuro,
No me importa el color,
Cándido tiempo,
que yo no puedo abrir y cerrar
como una puerta.
Tiempo para mirar un árbol, un farol.
Para andar por el filo del descanso.
Para pensar qué bien, hoy no es invierno.
Para morir un poco y nacer enseguida.
Y para darme cuenta.
Y para darme cuerda.
Preciso tiempo, el necesario
para chapotear unas horas en la vida,
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo.
Tiempo para esconderme
en el canto de un gallo,
y para reaparecer en un relincho,
y para estar al día,
para estar a la noche.
Tiempo sin recato y sin reloj.
Vale decir preciso,
o sea necesito
digamos, me hace falta
tiempo sin tiempo.
Mario Benedetti
Ni el más leve atisbo
de emoción en sus ojos
esta tarde, al cruzarnos.
Me ha mirado
cómo te mira una pared vacía
donde no queda
nada, ni la sombra
de la huella de un cuadro.
Se ha perdido entre la gente…
Esta vez sí, para siempre.
Karmelo C. Iribarren
menéame