El hedor inunda las oficinas del Chemical National Bank, de Nueva York. No el hedor metafórico que corroe los negocios bursátiles, sino uno sólido, tangible, que golpea el olfato y remueve las vísceras. En la mesa de fondo el espigado caballero. Traje de seda, colonia de París, anillo de oro en el dedo meñique. Despacha con una viejecita encorvada, andrajosa, de toscos ademanes varoniles. Su cuerpo, sus prendas, desprenden el vaho que aromatiza el ambiente. La acera al otro lado del vitral, el andar nervioso de los transeúntes, la jungla...