Nuestra civilización no debe quemar brujas, ni siquiera a una capaz de estrangular durante cuatro minutos a un niño como Gabriel, después de haber cavado su fosa y antes de proferir salvajes insultos contra su cadáver. Pero, si Ana Julia es condenada por asesinato, su ausencia del espacio social debe ser permanente. O sea perpetuo, a menos que se produzca, al cabo de mucho tiempo, el milagro de la redención. Es decir, a menos que la expiación y el arrepentimiento la conviertan dentro de veinte años en otra persona, a ojos de los jueces.