Tras veinte años en la enseñanza, una acababa acostumbrándose a los finales de curso. Hasta hace unos años, una acababa aceptando ver marchar a los alumnos. Alumnos que partían llenos de esperanzas, alumnos que te habían enseñado cosas que no sabías, alumnos a quienes echarías de menos, alumnos de quienes esperabas que algún día serían más amigos y compañeros que ex-alumnos, alumnos con los que habías compartido muchas horas, en los que habías depositado altas expectativas e ilusiones, con quienes habías creado una suerte de complicidad...