"Javi no quería morirse después de muerto. Quería que lo congelaran... Y yo, como esposa, no podía meterlo en una tumba...". Tras el infarto Lía cumplió lo que su marido, físico de profesión, un tipo alto, sano y robusto de 48 años, tantas veces le había pedido. "Al menos así tendré una oportunidad", solía repetirle Javier. Él quería quemar su último cartucho, criogenizarse. Y, como el Lázaro de la Biblia, revivir. Volver a la vida por obra y gracia de la ciencia. Y en esa hipotermia profunda, a 196 grados bajo cero que marca la criogenización.