Por fuera parecía una vivienda unifamiliar más. Ubicada en un barrio de las afueras de Onda (Castellón), un municipio de 24.859 habitantes famoso por sus azulejos y por estar sembrado de naranjos, la casa tenía dos partes. En una, malvivían 25 personas esclavizadas. Ocupaban tres habitaciones con literas cuyas camas llegaban a compartir dos y tres personas; dependían de un frigorífico estropeado, donde guardaban la poca comida con la que contaban y de una pequeña hornilla oxidada para cocinar.