Uno ya no sabe si es miopía, torpeza o mala baba. Lo que parece inapelable es que existe una predilección congénita por la mordaza y la picota, por calzar un capirote al disidente y arrastrarlo al pilón de la plaza del pueblo para que cundan el ejemplo y el miedo. Así son los mecanismos ancestrales de esta democracia de baratillo a la que nos hemos ido acostumbrando entre el estupor, la indignación y la impotencia por no ser capaces de conquistar las calles y restablecer el sentido común, si es que tal virtud existió en algún momento.