Hacia finales de los años 40, el panorama de la animación en Estados Unidos se hallaba en un punto muy alto de calidad. Dejando de lado el territorio de los largometrajes, monopolizado por Disney, el universo de los cortometrajes estaba dominado por comedias slapstick protagonizadas por animales antropomórficos. El mercado se nutría fundamentalmente de los aportes de Warner Bros, Walt Disney y Metro-Goldwyn-Mayer, que agrupaban a los animadores más sobresalientes como Chuck Jones, Friz Freleng, Robert Clampett o Tex Avery.