Un pectoral magnífico y un aparatoso anillo a juego, regalos de Franco, desaparecieron. El abad llamó a la policía e indicó un sospechoso, pero los agentes, por prejuicio profesional, centraron sus pesquisas sobre el portero del monasterio, que era un rojo. Se llamaba Moral y había matado a un cura y dos guardias civiles, pero debía ser hombre de suerte porque le conmutaron la pena de muerte, luego purgó su pena trabajando en el Valle y finalmente se había quedado allí, ganándose la protección de dom Justo. Los policías le apretaron las tuercas