Todavía con el teléfono en la oreja, se imaginó una lista de sus gastos mensuales, buscando desesperadamente los que pudieran reducir o eliminar. Entonces, sin dejar de mirar sus zapatos –el único par formal que puede llevar al trabajo–, decidió que no se compraría unos nuevos como había querido. “Empecé a pensar dónde podíamos recortar, aunque sé que ya solo gastamos dinero en lo básico, como la vivienda y nuestros teléfonos”, dice Lanz, de 35 años. “Pero sabía que teníamos que empezar a prepararnos para lo que viene”.