Cuando Carlos III hizo levantar el parque de animales en los jardines del Palacio del Buen Retiro, allá por Atocha, no hizo sino poner los cimientos de los futuros parques zoológicos en España. En realidad se trataba de una moda y también de un capricho aristocrático por lo exótico, en especial en lo referente a la fauna y a las especies raras y desconocidas.