Hace unos días, en Barcelona, mientras cenaba en un restaurante popular, me quedé prendado de la conversación de cinco jóvenes desconocidos que comían en la mesa de al lado. Eran cinco jóvenes “emprendedores”, que trabajaban en una empresa multinacional con distinto grado de responsabilidad. Habían bebido y comido copiosamente (...). Su aplomo y seguridad, y el placer de esa cena compartida, se fundaba en el privilegio de su situación: tenían trabajo y, a juzgar por la ropa y el menú, bien remunerado. De hecho, sólo hablaban del trabajo.