Como he dejado intuir, soy una persona joven, pero no tan joven como para que el clero haya fijado sus miradas en mí – por suerte, otras cosas tampoco-, y como mancebo que soy, gran parte de mi vida transcurre en un entorno precioso, cambiante, repleto de estímulos, y lleno de sorpresas. Y no, no estoy hablando de un tanatorio. Me refiero al Transporte Público de Madrid.