Naruhito, el nuevo Emperador de Japón, acaba de heredar el trono de su padre, Akihito, pero no podrá cedérselo a su única hija, la princesa Aiko. Como metáfora del descenso de población que sufre este país, la falta de varones amenaza la continuidad de la monarquía nipona, que presume de ser la más antigua del mundo con 1.300 años. Aunque se ha abierto el debate sobre la apertura al trono de las mujeres, los tradicionalistas se oponen. De fondo subyace el machismo que impera en Japón, el país desarrollado con menor integración laboral femenina.