Con la asistencia a las corridas cayendo en picado, parecía una simple cuestión de tiempo que la fiesta desapareciera para siempre. Echaríamos de menos ver los paquetes de los toreros, pero no especialmente a los animales muriendo en un rito anacrónico y bárbaro. Con alegaciones de que el gobierno paga tres veces más en subvenciones a los toros que al cine y la música juntos, y con las corridas volviendo a la televisión pública, decidimos ir a Madrid y seguir el rastor de la Fiesta.