El núcleo de mi intolerancia (no alimentaria, por cierto) hacia los chinos se concentra en “los chinos”. Se trata de tiendas que usurparon el castizo “todo a cien”, y se alzan en cualquier esquina como un espejo de nuestra actual desidia artística y catetez en asuntos de arte y también de nuestra codicia. Desde el artista payaso Wei Wei (que no es ni por el forro Joseph Beuys) dispuesto a vendernos su martirologio, esta vez en la Catedral de Cuenca, y a onza de oro cada centímetro de sus burdas ocurrencias, porque la performance ha costado más…