La idea de que la «cultura es de todos» es un descubrimiento reciente del espíritu humano. Los méritos de la escolarización general y la mejora de las condiciones económicas del común de la población han permitido que cualquier hijo de vecino pueda, en resumen, ir a escuchar a Wagner o a mirar a Velázquez. Como a los habitantes de la biblioteca de Babel, «la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto».