Desde que existen las ecografías, la amniocentesis y otros análisis clínicos las embarazadas saben el sexo del bebé mucho antes de que nazca. No se asigna al nacer. Precisamente con el conocimiento del sexo ya empieza a trabajar el factor género: qué color elegir en la habitación, la ropa, los juguetes, el nombre; familiares y amistades empiezan a proyectar expectativas sobre el no nacido. La sociedad atribuye género a esa persona recién nacida. Pero, salvo alguna alteración en el desarrollo fetal, el bebé ya viene dotado de un sexo definido.