Las elecciones francesas nos deparan una buena y una mala noticia. La buena es que ha perdido Le Pen. La mala es que ha ganado Macron, responsable en parte del ascenso de Reagrupamiento Nacional en los últimos cinco años. La Francia Insumisa de Mélenchon, es verdad, podía haberse colado en la segunda vuelta, pero hoy por hoy no constituye una alternativa en un país —y un continente y un mundo— en el que, con idas y venidas, flujos y reflujos, la extrema derecha se ha asentado como el nuevo pivote de configuración de las batallas políticas.