El procés siempre fue, por su naturaleza, un movimiento revolucionario: pretendía subvertir el orden constitucional vigente para instaurar uno nuevo. Con el tiempo, también se ha ido transformando en un movimiento radical. (...) Cada performance desplegada por el independentismo parecía una batalla ganada al Estado, ocupado en la tarea necesaria pero ingrata de defender la legalidad. La apoteosis de aquella inflamación llegó el 1 de octubre, fecha que ya ha desplazado a todas las demás efemérides históricas del victimismo nacionalista.