Hace algunas décadas, Policarpo Díaz, un niño de once años nacido en Guijuelo (Salamanca), ingresaba en el Seminario menor de Calatrava, en la diócesis de Salamanca. Primero, como monaguillo, después, como seminarista. Acabó ordenándose sacerdote y, hasta el año pasado, ejercía como párroco de La Purísima y vicario de pastoral (una especie de número tres de la diócesis). En el seminario, y durante casi una década, sufrió abusos por parte de otro sacerdote, veinte años mayor que él, según ha denunciado.