La mejor política industrial es, estos días, la energía barata. Desenganchada por fuerza mayor del gas ruso —que llegaba por tubo y a precio de derribo—, Alemania se ha quedado sin una de las mayores ventajas competitivas de su industria. Sin molécula barata, su sector secundario ha quedado a la intemperie. Con cartas nuevas sobre la mesa, el gas estadounidense saca a relucir sus mejores atributos: está resguardo de las veleidades de la geopolítica, con un recurso propio, abundante y, sobre todo, muy competitivo.