Existe el cliché de que la filosofía, etimológicamente “amor por la sabiduría”, es dominio exclusivo de los profesionales aburridos, pero una mirada más cercana a las vidas de algunos de los grandes pensadores sugiere lo contrario. Tomemos como ejemplo La República de Platón. Una tarde de verano, Sócrates y su alumno Glaucón caminaban desde el puerto del Pireo de regreso a Atenas, una distancia de seis millas (unos nueve kilómetros). Sócrates y Glaucón aceptaron la invitación, y antes de participar en estos eventos, inician una conversación.