La historia, decía Mark Twain, no se repite, pero rima. La historia, decía Antonio Gramsci, enseña, pero no tiene alumnos. Y al no tenerlos —añadimos nosotros—, puede rimar inadvertidamente, e inadvertidamente regresar primero como tragedia, después como farsa, finalmente como estética; y tal vez, después, reiniciar el proceso, conduciendo de nuevo a la tragedia.