Salvo que uno no se sepa expresar, o salvo que el lenguaje se use con una clara finalidad oscurantista, las palabras no engañan. Resultan transparentes y sencillas. Sucede, sin embargo, que pocas veces solemos fijarnos en ellas. Las usamos, las escuchamos, pertenecen a nuestro registro lingüístico; pero no las ponemos en relación con otras palabras ni prestamos atención a sus matices. Ha pasado con el verbo “empatizar” en la jerga política. Lo explicaré de tal modo que se entienda adecuadamente el (en apariencia) insensato titular.