Hubo un tiempo, antes de que uno pudiese comprar juegos hasta en las gasolineras, antes de que los puzles de frutas y granjas para Facebook copasen titulares, en el que la industria del videojuego era un incierto mercado con pies de barro en el que los palos de ciego eran cosa habitual. Un sector de consumo basado en un entretenimiento minoritario, si se compara con los números de hoy, favorable a la experimentación y la búsqueda de nuevas y atrevidas formas de entretenerse. Y, a veces, de arruinarse.