Durante mucho tiempo el canibalismo ha sido un tabú. Un tabú que, de vez en cuando, y siempre con precaución, asoma la cabeza en las páginas de sucesos o en las películas de asesinos en serie, de modo explícito o más o menos sutil. En 1991 la sobrevalorada El silencio de los corderos de Jonathan Demme sacó el tema a la palestra con el personaje de Hannibal, brillantemente interpretado por Anthony Hopkins, pero la anécdota quedó reducida al círculo de los criminales patológicos y, por tanto, no dio lugar a un debate público en condiciones.