El partido de la ultraderecha ha venido a llenar la democracia de su discurso de odio, de sus provocaciones, de su antipolítica, de su xenofobia, su machismo, su homofobia y a convertirse en cómplice necesario de la violencia por, en primer lugar, callar ante las amenazas de muerte recibidas por sus rivales políticos (para ellos son enemigos) y, en segundo término, por generar un escenario de crispación social basada en el odio más absoluto a quienes no piensan como ellos.