No hace mucho, durante la presentación en Barcelona de su libro Un sociólogo urbano contracorriente, el sociólogo Jean-Pierre Garnier contaba cómo los divanes de los psicoanalistas estaban llenos de pacientes izquierdistas de clase media. Garnier, con su habitual tono burlón, justificaba esta sobreabundancia señalando que éstos eran incapaces de gestionar y conjugar emocionalmente su ideología, por un lado, y sus gustos, necesidades y formas de vida pequeño-burguesas, por otro.