"Vamos allá". La dermatóloga me inyecta un anestésico en el labio. El dolor es insoportable. Veinte minutos después, mis labios están hinchados hasta lo indescriptible, dándome el aspecto de una anciana con bótox a la que hubieran torturado para sonsacarle información. Me estoy estresando. Si no mejoro pronto, voy a sufrir una crisis de ansiedad. Todo esto es porque, por primera vez en mi vida, me he decidido a deshacerme de las horribles heridas que tengo en los labios provocadas por una enfermedad muy rara que padezco.
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