Teníamos una lengua sólida y previsible, como de potaje gallego con su lacón y sus grelos, cocido madrileño con su tocinito y su morcilla o escudella catalana con su butifarra contundente, y ahora nos hemos topado de lleno con una lengua imprevisible, en la que tan pronto asoma el gengibre como el aire de zanahoria, la raspa de sardina sin sardina como la esencia de sésamo. A este paso habrá que doctorarse para hablar español.
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