Le conté el tatuaje que tenía pensado: la salamandra del Parque Güell en la parte posterior de mi hombro derecho. Mientras le daba los detalles sobre los colores, noté que Carlos estaba incómodo. Pensé que quizá se debía a que se había dado cuenta de que yo era chileno. Entonces me miró a los ojos. —Lo siento, pero no puedo hacerte el tatuaje —me dijo.
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