A los pocos minutos de conocerse el fallecimiento del fiscal general del Estado por una sepsis -parece ser que urinaria-, habían saltado a la palestra todas las teorías de la conspiración. Se habló de la sepsis (no la llaméis septicemia, por favor, razón aquí) como un enfermedad “rara, pero no imposible”, se preguntó cómo es posible que una infección causara la muerte, más aún a una persona joven y previamente sana, o qué relación había entre la infección y la insuficiencia renal aguda de la que algunos hablaban. Google se llenó de periodistas.
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