Desde el siglo XVI los jesuitas tenían la exclusiva en la evangelización de Japón, pero en 1608 el Papa Paulo V también autorizó a dominicos y franciscanos. El franciscano Luis Sotelo, que se encontraba en Filipinas, se trasladó a las cercanías de Tokio. Fue demasiado optimista, porque en aquella zona los cristianos no eran muy bien recibidos y tuvo que huir. Aún así, decidió insistir y probar suerte en Sendai, al norte de la isla, donde el cristianismo era, por lo menos, tolerado. Sotelo se ganó la amistad de Date Masamune, señor de Sendai,...
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