En el Instituto Wake Forest de Medicina Regenerativa de Carolina del Norte en 2008, Anthony Atala y sus colegas observaban ansiosamente para ver si dos conejos tendrían relaciones sexuales. El suspenso duró poco: un minuto después de ser puestos juntos, el macho monta a la hembra y se aparearon con éxito. Era la prueba de un concepto que habían estado trabajando desde 1992: los penes podían cultivarse en un laboratorio y trasplantarse a los seres humanos y era teóricamente posible.
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