La cultura cinematográfica australiana se abrió paso a impulsos y con graves problemas de autoestima. A los críticos no les gustaba la imagen que proyectaban del país películas de humor grueso con sexo y desnudos en cada escena. Sin embargo, llenaban los autocines que entonces se contaban por centenares. Así surgió una industria enfocada íntegramente al cine popular de la que salieron obras de terror y acción de toda clase hasta que un médico, apesadumbrado por los accidentes de tráfico que veía en su hospital, colgó la bata y rodó Mad Max
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